Rosemarie Allers
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Raúl Santana
Fermín Fèvre (2)
Edward Shaw
Ugo Attardi
Carol Pascal
Alejandro Haloua (2) (3) (4) (5)
Rosa Faccaro
Josep M. Cadena
Jorge M. Taverna Irigoyen

 
 
 

Nelly Perazzo
Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes

Rosermarie Allers.

Gilles Deleuze marca la diferencia entre lo figurativo y lo figural o la Figura, siendo lo primero ilustrativo o narrativo y lo segundo el momento en que adviene el hecho pictórico propiamente dicho, el acontecimiento creativo.

Será necesario que el pintor emprenda la lucha contra los clichés, los estereotipos y deje intervenir el azar con elementos disruptores para que se abra la posibilidad de que esto suceda.
Es en ese filo de la navaja, con toda su capacidad de riesgo, que Rosemarie Allers se lanza a esa aventura que es la realización de cada uno de sus cuadros.

Sin espíritu de sistema, reiniciando en cada obra su manera propia de consumación sacrificial, la artista combate igualmente contra el asedio de los estereotipos por una parte y contra el caos, por otra.
El resultado de ese combate está a la vista en su obra. El desorden y la organización libran una batalla cuerpo a cuerpo, vertiginosa, que nos convoca a un desciframiento de su tumultuosa pictoricidad.

Rosemarie Allers habla desde sí, desde su propio espacio, desde su condición de mujer, de su convivencia con culturas diferentes.

La percepción de la incertidumbre y de lo heterogéneo, de lo contradictorio y lo incompatible la acosa y la obliga a pintar para intentar una respuesta o dejar objetivada su pregunta.
Es una necesidad vivida con urgencia como punto de partida y urgencia como puesta en acto.

El registro del gesto, de la pincelada impetuosa, de algún osado contorno contrapuesto, de los ritmos, dan cuenta de su profesionalidad para detener el caos justo en el límite y también de la indefectibilidad del camino y los medios elegidos.

Características que le han asignado en nuestro ambiente un lugar inclasificable, especial, pero también desoladoramente solitario.

En la muestra actual ya el título
Pic nic en el precipicio nos está sugiriendo un pacto con lo imposible.

Retoma en ella el tema de Adán y Eva con su erotismo poderoso, nada idílico. Hombre y mujer han sido presencias constantes en su pintura. En vinculaciones que no tienen paz, se arremolinan o se superponen, se enfrentan, se persiguen y absorben a su contexto en una espiral dinámica y arrebatada.

La mujer a veces fantásticamente alada, en actitudes plasticamente arriesgadas, o con perfiles de raíz picassiana, a veces definida por una curva amplia que domina la composición, se identifica con lo selvático, lo animal, las fuerzas primigenias de la naturaleza, arrastrando desde allí al hombre, al cual a su vez necesita como punto de resistencia, para exaltar su ínsita razón de ser y el encuentro siempre postergado.

Nuestra artista ocupa el espacio con prescindencia de cualquier sugestión de profundidad u ordenamiento referencial. Los bordes externos son potenciados por apariciones fragmentarias y sorpresivas. Los grafismos definen la forma, a veces en forma tangencial pero nunca se vacían decorativamente.

Hay una serie en blanco y negro donde, a diferencia de los demás trabajos, todos al óleo, éste es utilizado con carbonilla.
Contraposiciones fuertes con el fondo claro de la tela subrayan el ritmo, con acentos como en la música, donde la mancha, el esgrafiado, el ir y venir del color y la forma se afirman como una fuerza ingente que antepone el hecho pictórico a cualquier referencia.

El título de la muestra revela también sentido del humor, conciencia de la precariedad, desliza un elemento coadyunvante pero siempre complementario al acontecimiento plástico en sí mismo.

Rosemarie Allers indaga aquellas zonas donde la vida vibra con la pulsión de elementos contradictorios, siempre al borde del desatino, siempre trágicamente sobreviviente.
Y lo hace con oficio insobornable.

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Nelly Perazzo
Miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes

Rosermarie Allers. Inevitable, La Mujer

La aparición de Eva involucra la Caída. A partir de allí, hombre y mujer parecerían condenados a vivir en un mundo dominado por Eros.

A las variadas y ambiguas imágenes que la sociedad ha dado de la mujer a través de la literatura, del arte, de la historia o de la mitología se añade la problemática peculiar de la situación de la mujer en el siglo XX.

¿Qué aspectos, qué fragmentos de esa acumulación incontable de versiones introyecta, tanto en lo conceptual como en lo emocional cada mujer?

Rosemarie Allers se debate con esa herencia que es suya porque la vive como mujer y por pertenecer a la cultura occidental. Vive también una coyuntura particular. Alemana de origen, protestante luterana en convivencia con otra cultura.

¿Tiene algo que ver esta circunstancia con la turbulencia de su compromiso con la pintura?
¿Con su incontenible voluntad creativa?
¿Con el hecho de estar atrapada por la necesidad de afirmación?
¿Con que lo fragmentario, lo inacabado, el acoso de vivir, busquen su resolución a través de un acto de pintar que se impone como necesidad de vida?

Es ese punto de partida, el que la obliga a estar fuera de las tendencias en boga, a ser transgresiva sin proponérselo, a asumir la creación como un riesgo. Su operatividad será siempre un cuerpo a cuerpo con la pintura, que es un cuerpo a cuerpo con la vida.

Una fuerza desencadenada subyace a la instalación del tema, a las variantes de su obsesivo y reiterado tema: la mujer y su relación con el hombre y el mundo en la contemporaneidad. Alrededor del mismo, le gusta perturbar, plantear interrogantes.

La figura femenina que aparece en sus obras no es más la mujer-vampiro de fines del siglo XIX, pero es todavía la mujer estigmatizada, con un problema no resuelto. Asoma la mujer en una sociedad de abrumador dominio masculino o en su contacto con la naturaleza, que es también voraz, devoradora. Ambos feroces.

La mujer estereotipada y banal, la mujer-objeto, los personajes masculinos, aluden a la fuerza del poder y conflictos de los sexos. Parecen no poder sustraerse a una interminable sucesión de dramáticas situaciones. Es un mundo pasional y agitado. Un medio donde la sensualidad tiene que ver con el dominio, la astucia, el cinismo.
Los títulos parecen acompañar ese sentido: "Domadora I", "La selva", "Gata", "Insecto yo", "Ave con medias", "Tumbada".

Para presentar, a su manera, el mundo sofisticado y perverso del erotismo contemporáneo, Rosemarie Allers utiliza una pintura violenta, aparentemente espontánea pero muy elaborada. En vigorosa actitud expresionista, contrapone fondo y figura sin destruir su mutuo protagonismo. Las manchas son tan tempestuosas que necesitan la superposición del esgrafiado para que las formas no se pierdan en la impetuosidad del gesto. Ese grafismo también juega a contracanto, como un coro a dos voces.

De su entrega a la actividad teatral durante la década del ’60, conserva el gusto por la presentación escenográfica al que añade
-como en el cine- agigantados y casi paródicos primeros planos.

Hay un momento en el que la compulsión, el arrebato creativo, encuentran una organización ante la cual el caos se detiene, pero activo, en el borde, siempre a punto de irrumpir.

Exacerbación casi romántica, al fin, ese desnudamiento, ese desocultar entretelones oscuros, pero también mirada aguda, analítica, penetrante de una artista que no hace concesiones.

Esos ojos esquematizados, pregnantes, ¿pertenecen al que mira?, ¿al que es mirado? Son sin duda los ojos desencadenadores de una artista que observa y sin ambages, toma partido.

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Raúl Santana

Rosemarie Allers: una particular metáfora de lo femenino

Tomar contacto con la obra más reciente de Rosemarie Allers es advertir de inmediato, hasta que punto su origen alemán está presente en sus figuraciones: esa tendencia expresionista, esa manera de evocar el mundo como si él fuera un perpetuo signo a desentrañar. A través del gesto y la materia, la pintura de Allers, aparece como una singular manera de indagar la condición humana.

Rosemarie viene desplegando en sus telas un ambiguo y abigarrado universo donde la mujer, principal protagonista, se debate con gracia, en sus variadas transfiguraciones, para establecer una particular metáfora de la condición femenina. Sus mujeres de pronto tienen alas, son libélulas, aves o insectos que siempre están realizando un secreto ritual o alguna misteriosa ceremonia. Pero esta aparente toma de partido feminista expresada en las obras de Allers, no responden a una previa conceptualización, surge como un potente imaginario donde mundo y artista se entrelazan haciendo del adentro y el afuera un sostenido paisaje; allí lo masculino y lo femenino son ambiguos signos aún no dilucidados.

En un pequeño texto escrito por la artista dice: "Mi pintura nace con una imagen que súbitamente me emociona. La atesoro en mi interior hasta que llega el momento de lanzarla a la tela con urgencia, en una realización rápida, sin pausas, a veces arriesgándolo todo."

Basta observar cualquier obra de Allers para comprobar que esa urgencia está permanentemente presente; se sienta en la falta de reposo de sus imágenes que la artista se saca de encima, imágenes que no sólo la habitan sino que pareciera que la asedian. En este sentido, Rosemarie se deja llevar por esa dinámica que por momentos lleva sus visiones al borde de su propia desintegración y es precisamente por esto, que debe recurrir a contornear la materia con la línea en un vertiginoso contrapunto. Esas líneas envolventes, a veces verdaderas barras de contención que aquí y allá definen las formas, impiden que el conjunto sucumba en la vorágine y el ímpetu con que fue puesta la materia; el resultado es que abstracciones, signos y figuraciones se funden en lo espontáneo de estas obras para hacernos participar de acechanzas, frustraciones, miedos y alegrías que la artista, con la solvencia de su gesto, envolviéndolo todo, expresa como un goce inapelable.

Pero estas mujeres que siempre ocupan la escena, si en algunos cuadros aparecen como la hembra con sus atributos carnales, la mayoría de las veces aparecen como raudas señales de una extremada espiritualidad. ¿Será la versión de una mujer que se avecina?

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Fermín Fèvre

El arte de lo vivido

Dos actitudes inconsistentes abundan en el arte de hoy. Una es la que nos dice, de diversos modos, que todo es light y distante, que las cosas ocurren como en un juego y que en el arte no hay que volcar pasión alguna. Como si todo resultara igual y al artista le estuviese vedado -por vaya a saber qué tipo de autocensura- expresar sus sentimientos. La otra nos demuestra en los hechos, que el arte es un juego formal. Un lenguaje finalmente vacío que sólo debe rendirle cuenta a esa condición lingüística despojada de contenidos. El arte es, entonces, como una parodia. Formas autosuficientes que remedan expresiones, o que construyen arquitecturas del vacío.

Tal vez deba encontrarse parte de la crisis de las artes plásticas hoy, en estos rostros inconsistentes que algunas obras de arte transmiten. Y por eso, también muchos públicos, se alejen buscando una convicción que no hallan en las obras.

Me atraen las pinturas de Rosemarie Allers. Son la expresión auténtica de lo vivido, carecen de toda pose o falsedad y responden a una traducción en términos estéticos de vivencias personales de la artista. Sabemos que la validez del arte radica en su autenticidad; en que tome de su propia vivencia. Como decía Rilke, "hay que haber vivido" para crear una obra de arte.

El expresionismo de Rosemarie está poblado de sus experiencias de vida. De las que sin duda conoce, y de las que ignora, pero que se anima a traducir, aún oscuramente, en su pintura. Por eso su creación es vibrante, compulsiva, gestual, posesiva, arrebatadora.

Todo ello se ve. Está en el resultado. Es lo que nos conmueve y convence. En algunos casos, como en "La lectora" hay una ejecución más serena, una mayor distancia. Pero no por eso niega ese impulso que está en los orígenes de su creación.

Las pinturas de Rosemarie Allers están inevitablemente plagadas de símbolos que lo son como consecuencia de su propia densidad emotiva y afectiva.

Por algo está siempre la figura de la mujer ocupando los primeros planos. Por algo la figura del hombre es más pequeña, cuando aparece, o está en una posición inferior o de sometimiento. Por algo en estas pinturas más recientes aparecen nuevos espacios, generalmente fragmentados.

En su pintura domina la personalidad sobre el oficio, la voluntad de decir sobre las técnicas, la libertad del auténtico creador por sobre las recetas expresivas de moda. A Rosemarie se le podría aplicar la sentencia de Nietzsche "¡sé lo que eres!".

Buenos Aires / Carmel, abril 1995

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Fermín Fèvre

La Mujer-Ave de Rosemarie Allers

Con vitalismo y tenacidad Rosemarie Allers ha desarrollado una obra pictórica que tiene identidad y originalidad. Su lenguaje es la pintura que utiliza bajo una fuerte impronta gestual. Allí vuelca todo, con una gran intensidad, atrapada por la dinámica del gesto. Su expresionismo es vigoroso, vital. Hay en su accionar un efecto de catarsis. Rosemarie deja en la pintura toda su vitalidad contenida. Todo está allí, en esos ritmos gestuales de su dibujo, en esa urgencia expresiva que pone en el color.

La imagen que construye con ese mecanismo expresivo se aquieta en la figura de la mujer-ave que ella ha ido desarrollando a través del tiempo. Es una figura emblemática. Si todo símbolo es un medio material para traducir en imagen algo de índole inmaterial, estas figuras femeninas de Rosemarie Allers son la manifestación de un protagonismo femenino en esta instancia de la Humanidad, al fin del milenio.

Las mujeres-ave de Rosemarie protagonizan, no sin conflicto, sus historias, en una narratividad fragmentada que alcanza sus picos de intensidad en virtud del empleo expresivo del color.

La artista administra sus impulsos gestuales gracias a un sentido constructivo de la imagen muy incorporado a su creatividad. Sin desmedro de su espontaneidad elaborada, en cada obra una estructura compositiva sólida y comunicativa.

Por todo eso, las pinturas de Rosemarie Allers se sustentan en el equilibrio que se sitúa entre la intuición y la racionalidad, haciendo de la expresión visual una creación imaginativa plena, cargada de intencionalidades y de ese juego de develamientos y ocultamientos propios del arte.

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Edward Shaw

Transformaciones

Rosemarie Allers está en plena transformación. Su férrea determinación empieza a aplacarse y la pintura a liberarse de ser un acto de voluntad. A sus voluptuosas mujeres ahora les brotan alas. No son más aves de rapiña, sino que se aproximan a la personificación de lo angelical. Sus figuras están más esbeltas, estilizadas; hasta sus hombres, ya domados, son menos depravados. Su paleta también refleja esta modificación de espíritu. Los colores son menos primarios y las tonalidades más matizadas. El mundo de Rosemarie se amplió; el espíritu ya comparte la escena con la carne.

"Quiero llegar a una abstracción dentro del realismo", comenta la artista. El proceso empieza con un desencantamiento inconciente con los personajes que vienen poblando su obra. Ya hay figuras de una cierta etereidad: una, por ejemplo, se llama "Extraterrestre". El proceso pasa por la aplicación de la pintura, en la cual figuran otras gamas de intensidad, de la textura de la superficie, más inteligentemente manejada. Rosemarie lo llama "una sabiduría interior – la necesidad de depurar el color". Esta nueva manera de acercarse a la tela produce momentos de paz, lagunas de reposo, donde el observador descubre nuevas dimensiones en la propuesta de Allers.

"Estas no son mujeres carnales, reales, sino transformaciones de ellas, pero sí, siempre son mujeres al fin", aclara la artista. "No puedo destruir a las mujeres como destruyo a los hombres", sigue Rosemarie, hablando de la pintura, por supuesto. Allers, si es feminista, lo es por intuición, porque no proclama la crítica en voz alta. Y si el hombre que suele pintar es rapaz y rudo, el harem que lo rodea parece ser cómplice en el delito, incapaces por igual de iniciar al real deleite.

Estas nuevas figuras están todavía en una etapa investigativa. Mi favorita es justo aquella titulada "Extraterrestre"; un cielo espectacular domina este cuadro, donde las estrellas saltan hacia la mirada como aquellas que uno ve a solas desde un bote de vela en una noche sin luna en alta mar. Es ésta de las pocas veces que el paisaje logra protagonismo en un cuadro de Rosemarie. La figura alada que posa al lado del mar es enigmática; es parte del paisaje y a la vez es ajena a él. Allers empieza a dosificar su voz; aquieta los colores, dilata el ritmo de las pinceladas.

Arrojada por este mismo motor que impele la vida, Allers reconoce que pinta para trascender, para dar sentido al acto de vivir. El proceso de pintar, como el de vivir, puede cargar al individuo con ansiedad. En el caso de ella, encuentra la resolución de los nudos existenciales en su comunión con la creatividad. No intelectualiza este proceder; no tiene explicaciones gratuitas sobre su pintura ni de sus motivaciones.

El origen de la obra es el impulso. Procede de un compromiso consigo mismo, lo cual expresa con la furia de una pasión desatada, una pasión que empieza con un cierto control hasta desencadenarse en una explosión, donde según ella y Fermín Fèvre, "arriesgo todo para lograr la transformación que quiero". Estamos en esta muestra de la obra de Rosemarie frente a los primeros pasos de esa transformación.


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Ugo Attardi

Rosemarie Allers (en traducción)

Uomini e donne. Queste immagini della pittrice Rosemarie Allers –forme plastiche, tra organicitá e astrazione, esistenzianti un ´umanitá che vive pittoricamente per l´unione di vellutate macchie di colori e ferrigne griglie di segni innervanti energia e soppannate passioni- trovano la loro decisiva origine nell´atto stesso del dipingere per la forza immanente di sogni e realtá che, per l´esperienza d´uma vita, diventano visione e coscienza. Dunque ragione, dubbio e, insieme, istintualitá espressiva, possente animalitá.

L´ antropomorfia della sua pittura sembra data per rapide movenze. Rapidi e graffianti sono I segni che col dorso del pennello la pittrice traccia sulle stesure di colore determinando la decisiva resa dell´ immagine: un´ immagine che si carica di umoralitá, di luci e di cupezze; e dove nelle opere migliori le intenzionalitá del “dire” il moderno, l´esistente, pur con le acquisite “amicizie pittoriche”, gli idoleggiati vizi (quelli che ogni artista chiude in sé, e spesso mantiene come un primario capitale di cui non vuol perdere traccia), si annullano -per la forza d´un onirico scatto mentale di fantasia predatrice- e si fanno apparenza condivisa, rivelazione. Dunque mondo. Novitá riscoperte quasi fossero in noi sempre state.

Halcon”, “L´uomo della cravatta”, “Guerriera con ala nera”, sono alcune tele che maggiormente si caricano di quelle energie e caparbie volontá creative esistenzianti quella sorta di temporale attesa che è in noi “destino” e umano conflitto.

Un sentimento dell´attesa -tema dell´inconscio, mai detto, mai gridato, ma segreta pena interiore oscura e profonda- caratterizza con lievitá poetica e alitante femminile dolenza la pittura, pur forte, nel segno e nelle stesure dei neri dei rossi e dei grigi, di Rosemarie Allers.

E le figure, forse, ai miei occhi meno coinvolgenti (le pitture, intendo, dove l´ autrice cedendo all´ amore del suo essere donna carica sogni e movenze espressive d´ una sorta di æideologia dell´ essere donna”, data per esaltazioni d´ orgoglio, per immagini di femmine misteriose e dominatrici), queste figure pur sempre si riscattano in grazia di questo soffio d´ auntentica dolenza: come per l´ incombenza e l´ attesa d´ un destino che non è, né vuole essere in queste opere “dichiarato”, ma che è trepidanza viva e insidiante, presente nelle cose e nei tempi del reale; d´ un reale dalle mode negato e dalla nostra psiche riaccolto e fermentato come vitale humus delle nostre visioni.

Ho incontrato Rosemarie Allers a Buenos Aires, e ne ho apprezzato la tenacia e il coragio: per quel suo essere controcorrente, non imbarcata nelle scialuppe d´ assalto d´ un ´ industria culturale che chiama alla declamazione d´ un cosmopolitismo omologante dagli esiti spesso solo pedissequamente provinciali.

E dunque, ben augurando per la sua arte, saluto Rosemarie lieto di averla qui, in Italia, e di vedere con I miei molti amici I frutti dei suoi dilatatti sogni e artistiche fatiche.


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Carol Pascal

Fuerza Argentinos

Argentina, aquella fantástica tierra lejana al sur de todo continente, es indudablemente el país de culturas más diversas y sofisticadas del hemisferio.  Poblada por oleadas de inmigrantes provistos de fortaleza, de un innato sentido de justicia social y de una pasión por expresarse sin tapujos habiendo atravesado cruciales momentos de crisis.  Los artistas de Argentina también en su mejor medida, se han expresado con claridad moral, fuerza y belleza a través de sus obras.

Fuerza Argentinos es la obra de cuatro de lo mejor de estas fuerzas.  Todos porteños de orígenes diferentes, férreamente independientes en su espíritu y clarividencia, intransigentemente concientes y artísticamente inteligibles, moldeados por experimentación y experiencia: Dowek, Allers, Minujin y van der Grijn han transcurrido sus vidas formulando la advertencia del deber del hombre hacia el hombre.

Las mujeres de Rosemarie Allers francamente sexuales y agresivas, exigiendo sus derechos sobre los hombres, a menudo pasando desapercibidas pero cuyas presencias permanecen siempre cercanas, requeridas y amenazantes, le advierte a uno de esos antepasados alemanes Brechtianos de las décadas de 1920 y 1930.  Sus exposiciones individuales realizadas en Alemania, Holanda, Italia y Japón, como así también en América del Sur señalan la fortaleza y universalidad de su visión feminista.

Si la pobreza y el dolor pudieran alguna vez ser bellos,  la descripción de aquellos seres espejados en la expresión de nada más que una esperanza en un futuro mejor a quienes Diana Dowek les dedicara su vida: sus desamparados, sus cartoneros, sus reclusos, dadnos no solo tristeza sino el poder de algún modo creer en un mañana, aquí, en Palestina, Dafur, en el mundo.  Nominada “Artista del año 2004”, ganadora de virtualmente todos los premios mayores del 2005, Dowek nos recuerda resueltamente, “Nunca Más”.

Marta Minujin, heredera de la grandeza de visión Tolstoyana y amor por todo el género humano, confidente de Warhol, activista desde los años 60, por medio de la reiteración deliberada y exceso de la belleza, inexplicablemente amplifica la vacuidad de la materialidad.  El rostro público del Arte en Argentina, su retrospectiva en el Museo de Bellas Artes fue apropiadamente denominada “El Arte de la Vida”.

El peripatético Eric Adriaan van der Grijn, expresionista abstracto, y en este lugar, curador, se ha según él dice, finalmente establecido en esta tierra de contradicciones, después de años de documentar y reinventar los horrores y maravillas mayores y menores de la vida  en Europa y en los Estados Unidos de Norte América. Holandés de nacimiento, peregrino por elección y ahora argentino por pasión, cuyas obras son poseídas por y expuestas en muchos museos e instituciones mundiales, su paleta famosa, austera en amarillo y negro, ocasionalmente resaltada con un azul celestial y rojo sangre, es, como él dice, advertencia para prestar atención, para dar testimonio.

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Alejandro Haloua

Seres extraños
Una mirada cenital


Desde donde, hacia donde…
Sus latidos viajeros como una brisa alada o tres filosos trazos…
Atraviesan mis noches de lado a lado…

Estamos aquí, desde donde la "psiquis" contempla el universo. El valor profético de la pintura ya ha sido comprobado, como en tantísimas disciplinas visuales y no visuales.

No es extraño que un artista dedicado a "expresar" manifieste en su gesta el problema circundante de aquello que no siempre está a nuestro alcance captar, y resuelve así manifestar sin conocer y connotar sin afrontar la nueva significación de estos valores que ella crea.

Desde lo puramente plástico ella argumenta y seduce con el uso de la línea y distribuye la materia con fuerza y suavidad al mismo tiempo. Es un transe sagrado, una lucha entre los distintos estadios de la mente.

El ritual comienza, ella pinta y nada ni nadie debe detenerla.
¿Cómo definirlo de un modo simple? Tal vez así: "Pueden manipular nuestras vidas, nuestras mentes, pero no así nuestras almas".

El valor inherente de toda búsqueda, así sea artística o no, se sustenta en el mero hecho y simple hecho de descubrir. Y eso es lo que esta pintora expresionista hace. Sin dudas Allers construye a partir de sus criaturas una nueva mitología, en donde las mujeres conviven, sufren y gobiernan en un plano espiritual. Sacando a la luz este nuevo mundo, la artista deja entrever un lenguaje sutil, en el que conviven armónicamente el uso de la materia, pautado dentro de una línea figurativa, con una incipiente tendencia hacia la abstracción. La luz y la sombra convergen millones de veces para componer entre líneas un sueño atrapado, preso en el subconciente. La incidencia de aquello que no vemos pero nos rodea, o simplemente de aquello que vemos y apenas podemos registrar.

En la era globalizada, en donde convivimos de un modo exaltado con un gran registro de nuevos estímulos, la artista parece devolvernos la mística de una dimensión diferente.

Para dar un veredicto de su gesta podríamos afirmar con convicción que Rosemarie no está sola. Rosemarie Allers también se conecta con el universo.

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Alejandro Haloua

Rosemarie Allers: mujer, estereotipo y género

Trabajar el género desde el género suele ser una desventaja, claro, no hay distancia. Sin embargo Rosemarie trata a la mujer y remarco "trata" su ruta de un modo tan singular, que puede escaparse de su propio objeto artístico. Cuando un personaje escapa de su obra siempre propone un análisis nuevo. El meta discurso permite que una obra hable de sí como si fuese un artista y a una artista como un movimiento sincrético de su propia obra. "Picnic en el precipicio" es un sueño, un terrible sueño que avizora un nuevo rol para la mujer de Allers. Este retrato, invita a recordar la evolución de "ella" y su no tan ingenua situación. Hoy es partícipe, sabe de sus derechos y de su plausible caída en el precipicio. Aunque detrás de la racionalidad emergente de este nuevo espacio temporal, ellas conviven y fluctúan con las leyes ornamentales del pasado. Lo dicho es cierto, cierto como el cuerpo. Algunos cuerpos, no han olvidado las premisas estereotipadas que se han impuesto a su género. No es ilógico que la costumbre marcada en su célula friccione en su paso con las nuevas asignaciones del crecimiento. Tanto las madres como las amazonas combaten en la rueda que mueve los ciclos. La mujer como género esencial siempre abrirá sus fauces hacia el Olimpo. Y aún así seguirá soñando, tejiendo su arquetipo.

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Alejandro Haloua

Los arquetipos y el fuego…

Alguien dijo alguna vez que el fuego como elemento ancestral es el más difícil de manipular.
De hecho, para poder servirnos de él, siempre hay que mantener una distancia prudencial.
Muy bien, con la energía que discurre en el inconsciente de un ser humano sucede prácticamente lo mismo.
No se puede apelar a las medidas tangibles, cuando la brecha de un “dique” se ha transformado en las fauces “piroplásticas” más cercanas al paroxismo expresivo.
La pintura de Rosa María, es un proceso inabordable, carente de referencias autoproclamadas.
Sucede que cuando se cruza el umbral, sólo nos queda la potencia del flujo para asimilar las coordenadas del movimiento.
Y en la revisión de estas impresiones de magma, nos encontramos con un facetado de articulaciones arquetípicas. Los arquetipos se manifiestan de modo tal, que caemos en un proceso inventarial.
Pero no nos confundamos, estas imágenes son tan sólo el remanente iluminado de una cerradura inviolable.
Seamos agradecidos, con ese pequeño remanente del fuego se ha construido el ideario de nuestro mundo…

Ahora, hablar de la técnica del dibujo, de sus líneas furiosas, de aquella habilidad tan practicada, excede el marco de este enfoque.
Los invito a seguir el rasgo sin la falacia de los estereotipos.

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Alejandro Haloua

Es fetichista tu obra…

“Es fetichista tu obra” fue el título elegido. Las razones para darle sentido a este gesto abundan. Es sabido que las designaciones juegan con la desventaja de la subjetividad de quien designa. Nadie menos indicado para darle un sentido unívoco a una expresión artística que el mismo ser humano. ¿Por qué esto es así nos preguntamos? Simplemente porque lo unívoco se escapa de la multiplicidad que ofrece el juego inconsciente. Admitir la existencia  de referencias exactas es privarnos de la riqueza de lo inconsciente. ¡Qué importa si en el cuadro son los hombres o las mujeres las sometidas! ¡Qué importa si hay arpías, sátrapas, hembras fatídicas o verdaderas eminencias de la perversión! El valor impuesto por el rasgo, no designará con exactitud lo inasible del inconsciente.
Por eso, lo importante  será la gesta, el movimiento, esa impronta irreverente que precisamente no nos somete a  conclusiones. ¿Acaso, el error, la duda o la inexperiencia no son los mejores motores para la creación? Dejemos esta vez que descansen los arquetipos, no intentemos definirlos siquiera con la poética de la imposibilidad. Cómo ya se ha dicho tantas veces, veamos la obra, ya que esta nos habla y nos hablará en diferentes idiomas. ¿Te gusta el verde?  

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Alejandro Haloua

Dos pabellones

Mujeres y hombres. Hombres mujeres…Mujeres hombres…

Los Pabellones representan estructuralmente los géneros en la vida social humana.
La pantomima de la dualidad enfrentada, cobra valor en algunos hipermercados de la ruta matrimonial. La actividad marital suele ser el antídoto social para la revelación de nuestra tapujada individualidad. ¿Quién será el que nos hable, cuando el proyecto no reluzca en el carrusel de sus vitrinas?  
Hablar de la ontología de los géneros resulta para mi, tan inabarcable como la definición de la amistad sexual, o el compromiso pautado en un orden de variables superfluas y generales. Lo que sostiene la enorme diversidad de las relaciones no tiene únicamente que ver con el orden social, a veces las ligazones poseen un carácter simbólico que detona en la esfera química de la sexualidad inconsciente.
El problema de estos dos pabellones de la vida es la visibilidad que ofrecen a sus mediadores. El análisis y los analistas suelen jugar a la tipificación de los mecanismos sin poder articular del todo las incidencias del signo. No los culpemos, son humanos y conductistas dentro de la esfera de una cultura mecánica.   
¿Ahora, qué sucede cuando estos pabellones reparten su simbolismo en el plasmado de una pintura? ¿Habrá poetas que develen con claridad la nominación del juego? 
 La verdad absoluta en materia de géneros no existe, los géneros son infinitos pero mutables. La sustancia en tránsito deja huellas que el rasgo puede sintetizar. Aquí es donde se enrola la pintura de Allers. En el mito valiente de asumir lo inconsciente como un universo definible. Fluctúa el color, los trazos engendran trazos con la resolución de un panorama emocional pretérito.
Lo resolviste: Esto es expresionismo; en el orden de las filiaciones parentales de las corrientes plásticas es la firma.
El impresionismo ha sido el trazo del panorama, el surrealismo la inversión del valor, el dadaísmo una negación activa. El expresionismo en cambio, ha resuelto la firma, el grafismo que sintetiza y conjuga a la vez la presencia emocional del individuo en la obra. Por lo que solo me queda decir que Allers sabe firmar.

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Rosa Faccaro

Rosemarie Allers

Rosemarie Allers imprime a su discurso plástico una característica que individualiza su lenguaje. En una visión de poderosa resonancia, aborda la problemática humana en el seno de una sociedad en crisis. La realidad del hombre y la mujer en la denominada "pareja", está percibida y encarada en una grafía de fuerte impacto expresivo. La línea que estructura las figuras en una especie de escenario teatral, organiza los personajes en diversas escenas. Encerrados en sus configuraciones, trascienden ese inextricable sentimiento que los une. Estos seres se comunican a través del cuerpo, siendo las representaciones de los mismos una realidad estallante.

La pintora quiso expresar el dramatismo de una realación en crisis, explicitándola francamente, afirmando en la imagen, la característica de un tiempo que intenta balancear y transformar un código de comunicación. Las situaciones abordadas son escenas de la vida cotidiana; la valorización de la imagen presenta una clara exacerbación. Heredera de la tradición expresionista, su obra posee una filiación germánica; el drama y patetismo que emana de la realidad social, es reflejado con una sutil ironía, como en "Cansada de Buenos Aires", "Escenas de parejas", o "Escenas de Rugby", donde narra también la violencia y la agresión que sustenta toda relación humana.

El cuerpo como valor de cambio, aparece diseñado en la mujer objeto. La contundencia del signo, alude a nociones precisas, señaladas por la artista en la actitud asumida en el cuerpo, y en la distorsión de un rostro, más allá de su enmascaramiento. Una agitación trasciende de esa pintura cuyo dinamismo escapa el control de la línea, y se evidencia en el gesto del pincel, y el cromatismo pleno.

El lenguaje plástico apunta a elaborar un concepto, una idea, una visión del mundo moderno. Los símbolos de la ciudad y su dinámica evaden el encuadre visual, corando secuencias y representación. La noción temporal se percibe en el cinetismo del campo sucesivo de la imagen. Un fetichismo que desplaza cierta carga de erotismo, está explicitado en ciertas resoluciones figurativas, como un zapato de mujer, o la corbata flameante del hombre, enfatizados por el tipo de funciones sujetas al uso y costumbres culturales.

Los protagonistas son diferenciados, metamorfosis constante en la mujer, y cristalización estereotipada en el hombre.

La visión de Rosemarie Allers, bien podría ser el argumento de una pieza teatral, pero es en el lenguaje plástico donde concibe magistralmente su objetivo, y el poder ser un testimonio de la crónica de nuestro tiempo.

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Josep M. Cadena

La lucha fieramente humana en la pintura de Rosemarie Allers

Veo por primera vez cuadros de la artista argentina Rosemarie Allers y de inmediato pienso en el alemán George Grosz. ¿Acierto en lo que resulta una intuición? ¿Me equivoco en lo que puede ser una cierta propensión a hallar cultos referentes? Pienso en ello mientras contemplo diversas reproducciones de un catálogo realizado en 2007 que lleva por título Los arquetipos y el fuego. -en esta época de grandes inmediateces entre naciones y personas, el arte continúa encerrado en sí mismo, limitado por las distancias y las culturas- para llegar, por fin, a una conclusión ecléctica, que no me satisface y que, posiblemente, no complazca a algunos de los que me lean, pero no son los actuales tiempos propicios a las conclusiones taxativas, sino que la duda se ha instalado en todo lo que hacemos como personas y la honestidad a la que nos debemos obliga a ponerlo de manifiesto.
Así pues, considero que apelar a George Grosz no es desacertado, siempre que de antemano se acepte que el artista berlinés (Berlín, 26 de julio de 1893 - 6 de julio de 1959) perteneció a una época que no es la actual y que luchó con su obra a unas circunstancias muy distintas a las de ahora. Pero este juez, intenso y tenaz, implacable incluso, del prenazismo -así se califica con justicia, aunque no sólo luchó contra una determinada política que sorbió las mentes de la Europa que cambiaba de piel, pues también supo mostrar el desmoronamiento del mundo burgués en el que hasta entonces habían sestado las naciones colonialistas de mayor rango- es historia que se considera pasada, mientras que Rosemarie Allers, que se identifica con el espíritu de lucha del pintor alemán, denuncia, de una manera potente y continuada, nuestro, de momento, indudable e imparable deslizamiento colectivo hacia el abismo.
Y otra salvedad, mientras que a Grosz se le reconocía en su tiempo la combatividad de títulos como El rostro de la clase dominante y Ajustaremos cuentas!, hoy en día, cuando se escribe sobre aristas actuales, se tiende a minimizar la carga de protesta de quienes, al igual que Rosemarie Allers, sienten plenamente la honestidad de su obra.
La pintura de Rosemarie Allers tiene una larga trayectoria expositiva en Argentina y ha sido posible admirarla en distintos países sudamericanos, y también se ha dado a conocer en importantes ciudades europeas (Potsdam, Roma, Utrecht). Ahora llega a Barcelona y nos conviene verla, para sentirnos partícipes, a través del dibujo incisivo y el color de protesta, sus afirmaciones respecto a un mundo que se desmorona y al que sólo la catarsis de cada uno de nosotros podrá regenerar.

Barcelona, Julio de 2013

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Jorge M. Taverna Irigoyen
Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes

Frente a la vida

¿En dónde cargan energía los cuerpos? ¿En qué medida los miembros responden a las ideas? ¿Somos dueños absolutos de nuestros actos? ¿Qué testimonia una vida?
Rosemarie Allers trabaja la figura humana como una indagación penetrante. Desde la plasticidad de las formas, desde el entroque y la pulsión que esas formas generan sobre un plano no concesivo, busca desentrañar los cuerpos, sus fuerzas, los encuentros que sugieren la plenitud del amor, la soledad sin nombre. La poética de esas formas –más allá de leyes morfológicas u otros presupuestos compositivos- impulsan a Allers a no detener su desentrañamiento, a ahondar más y más en el frenesí de sus campos de color, a redimensionar la síncompa de sus líneas indagadoras.
Picnic en el precipicio titula esta muestra antológica de obras que testimonian últimos años su quehacer. La cuestión del título reside tal vez en esa razón de la sinrazón que a veces rotula a la existencia. Ese sentimiento de vacío y, a la vez, de compromiso que no se alcanza o no se sabe cómo satisfacer; y sin embargo, la plenitud de una celebración: el vivir, el disfrutar de una existencia, el renovar los vínculos que la generan.
Rosemarie Allers trabaja una gestualidad fuerte, que expande vitalismos. Las suyas son figuras animadas de tiempo, cuerpos que se enlazan en un espacio conciliador. En tal orden, esas figuras construyen dicho espacio, le dan dinamismo y carácter, entran en una simbolización de lo femenino, sin cerrar la ventana universal del encuentro. En sus áreas de líneas contrapuestas y a la vez enlazadas en la dinámica dibujística, la artista va de la contradicción a la incertidumbre, de la definición expresiva al desborde. Por ahí se trasluce, entonces, esa ambición tan suya de arribar a una abstracción dentro del realismo, sendero que se advierte en no pocas de sus formulaciones en las que, sin desaparecer como formas, las mismas se transforman en energía pura.
Rostros y perfiles suman sus improntas exasperadas, sin pactos posibles. óleo, carbonilla, manchas que sublevan el plano, dan al mismo una cierta temperatura que escapa a las convenciones, como si por ahí pasara el sentimiento de una sociedad en crisis. De ahí sus mujeres encendidas, mujeres incendiadas, que comparten una metáfora de indiscutible fuerza expresiva. ¿El cuerpo como valor de cambio? Quizá, pero tal vez el antropocentrismo que, fuera de catalogaciones superfluas, da nombre a todo lo que sucede sobre el orbe.
Allers no necesita mucha materia para caracterizar sus campos de color. Sobre los cuerpos que a veces fugan de sí mismos, sólo algunos toques certeros de rojos o azules que, a más de definir un contorno, dan profundidad y goce perceptual al plano. En sus dibujos quizá cabe otro camino, no fórmula, para que la escena propuesta adquiera poder paródico en sus trasfondos y emerja.
Artista que ama su lucha, que se desafía sin tregua, su obra ha sido exhibida en importantes centros culturales del país, tanto como en Alemania, Holanda, Italia, Japón y países de América del sur. En todos los ámbitos ha contagiado el interés por ese desentrañamiento tan suyo, irrenunciable, frente a la vida.

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